La Noche de Rábanos en Oaxaca: ¿Cómo un error de cosecha se volvió la fiesta escultórica más insólita?
Cada 23 de diciembre, el corazón de la capital oaxaqueña se transforma en una galería fugaz donde el arte popular cobra vida, tallado en una de las hortalizas más humildes: el rábano. La Noche de Rábanos es una festividad única en el mundo, un acto de dedicación y genio que reúne a miles de personas en el Zócalo. Más que un simple concurso, es el resultado de la historia, el sincretismo cultural y el ingenio de los hortelanos que lograron convertir un error de cosecha y una necesidad comercial en una de las tradiciones más queridas y longevas de México. Esta celebración es tan importante que ha sido declarada Patrimonio Cultural Inmaterial del Estado de Oaxaca.
De la cosecha abundante a la curiosidad de los frailes: El verdadero origen de la tradición
El rábano, que hoy asociamos con esta fiesta, no es nativo de México, sino que fue traído al continente por los frailes españoles durante la época de la Conquista, junto con otras hortalizas. Estos frailes, específicamente los dominicos, enseñaron a los pueblos zapotecos y mixtecos de la región el cultivo de estas nuevas especies en tierras fértiles como las de la Trinidad de las Huertas, una población dedicada a este oficio. Este hecho marca el primer eslabón en la cadena histórica, sembrando la materia prima de la futura tradición.
La verdadera chispa, sin embargo, se encendió a mediados del siglo XVIII. En un año de cosecha excepcionalmente abundante, gran parte de los rábanos creció con formas y tamaños irregulares o gigantes, volviéndose incomercializables para el consumo diario. Este excedente, considerado un desperdicio o "error", fue el detonante del ingenio popular. Dos frailes notaron la curiosa morfología de estos rábanos abandonados y, con ánimo de curiosidad, los llevaron al Mercado de Vigilia de Navidad el 23 de diciembre, buscando atraer la atención.
El experimento de los religiosos funcionó. La gente se sintió atraída por estas hortalizas extrañas. Los hortelanos, viendo el potencial en el tubérculo desechado, comenzaron a tallar figuras rudimentarias para adornar sus puestos y hacerlos más atractivos que los de la competencia. Así, lo que comenzó como una solución espontánea para vender los rábanos criollos o simplemente llamar la atención sobre otros productos de la cosecha, se transformó en una incipiente forma de arte popular, que dependía de la habilidad manual del hortelano para dar vida a esas formas voluminosas.
El mercado de vigilia: Donde la necesidad agudizó el ingenio oaxaqueño
El escenario de nacimiento de esta tradición fue el Mercado de Vigilia de Navidad, que se instalaba en la antigua Plaza de Armas (hoy el Zócalo) de Antequera (nombre colonial de Oaxaca). Este mercado se celebraba justo antes de la Nochebuena y era vital para los lugareños, quienes acudían a abastecerse de pescado seco salado y las hortalizas frescas, ingredientes imprescindibles para el menú navideño de vigilia.
El objetivo inicial de los tallados no era solo la expresión artística, sino la supervivencia económica. En un mercado saturado de vendedores de hortalizas de Trinidad de las Huertas, la competencia era feroz. El comerciante que lograba atraer más miradas a su puesto aseguraba las ventas. La idea de tallar o hacer diseños con los rábanos (inicialmente junto con otras verduras) fue, ante todo, una estrategia de marketing intuitiva de los hortelanos, impulsada por la necesidad de destacar en un entorno altamente competitivo.
Con el tiempo, el rábano se consolidó como el material predilecto. Su gran tamaño, su forma voluminosa y la dualidad de su color (rojo por fuera y blanco por dentro) lo hicieron ideal para crear contrastes y darle volumen a las esculturas. Las primeras tallas solían representar nacimientos o escenas religiosas, fusionando la fe cristiana de la temporada con la destreza del arte indígena. Esta convergencia entre la fe, la habilidad artesanal y el comercio, cimentó la tradición mucho antes de que se formalizara.
1897: Cuando el ingenio popular se vistió de concurso oficial
El certamen fue un éxito instantáneo, quedando establecido a partir de ese año en el Zócalo central. La formalización conllevó una serie de reglas y categorías, incentivando a los hortelanos a refinar sus técnicas y temas. Este acto de institucionalización aseguró la permanencia de la tradición, transformándola de un simple método de venta en una festividad cultural anual esperada por locales y visitantes.
Desde entonces, la Noche de Rábanos dejó de ser una nota curiosa en el mercado para convertirse en un símbolo de la identidad oaxaqueña. La tradición se ha mantenido viva por más de un siglo, y el Estado la considera un pilar de su Patrimonio Cultural Inmaterial. La participación de niñas y niños de 6 a 12 años en categorías infantiles desde 1996 es crucial, pues garantiza que las nuevas generaciones aprendan y conserven este arte, asegurando la continuidad de la festividad.
La maestría de lo efímero: Rábanos, totomoxtle y flor inmortal
El rábano criollo, la estrella del evento, es el material central, llegando a medir hasta 50 centímetros y pesar varios kilogramos. Los hortelanos lo cultivan bajo condiciones especiales durante meses para obtener piezas de ese tamaño, destinadas únicamente a la talla. La dificultad del tallado radica en la naturaleza perecedera y frágil del tubérculo, lo que obliga a los artesanos a trabajar en un plazo extremadamente corto; la obra de arte comienza a degradarse a las pocas horas de ser tallada.
Esta naturaleza efímera de la Noche de Rábanos es, paradójicamente, lo que la hace tan valiosa. Es un arte que se entrega por completo al espectador para ser disfrutado en una sola noche, fomentando una cultura de aprecio por el momento y por el esfuerzo desinteresado, más que por la permanencia material. La dificultad de trabajar con este material es tal que se sabe de expertos talladores de madera que han desistido ante el reto del rábano.
Además del rábano, la fiesta se complementa con la inclusión de otras categorías artísticas: las figuras de totomoxtle (hoja seca de maíz) y las creaciones con flor inmortal (también conocida como siempreviva). El totomoxtle, utilizado sin colorantes, permite crear composiciones de gran sutileza y textura, mientras que la flor inmortal aporta color y un delicado contraste floral a las escenas. La combinación de estos tres materiales celebra la diversidad de la horticultura y la artesanía de Oaxaca.
Más que figuras: El sentido profundo y el patrimonio cultural de Oaxaca
Las temáticas de las obras son un espejo de la cultura oaxaqueña. Si bien el nacimiento de Jesús sigue siendo un motivo central, los hortelanos y artistas extienden sus temas a saberes ancestrales, leyendas locales, la majestuosidad de la Guelaguetza, la celebración a la Virgen de la Soledad y escenas de la vida cotidiana en las ocho regiones del estado. La Noche de Rábanos es un compendio visual de la identidad cultural del estado.
La celebración, catalogada por la UNESCO y el Congreso de Oaxaca como un acto festivo y un uso social que otorga identidad a sus habitantes, trasciende lo decorativo. En torno a ella, convergen elementos sociales, económicos, culturales y gastronómicos que nutren la vida comunitaria. Las largas filas para ver las creaciones son un acto de paciencia y respeto por el arte popular, y la noche concluye con la algarabía de la premiación, música y fuegos artificiales.
La fiesta del rábano es una lección de historia mexicana. Muestra cómo un producto importado por los colonizadores fue adoptado, transformado y elevado por el ingenio de los pueblos originarios. En este crisol de la Noche de Rábanos, el ingenio, la fe, la tradición prehispánica (como la celebración del Niño Sol Huitzilopochtli en fechas cercanas, aunque de distinta raíz) y la necesidad económica se tallaron juntos, demostrando la inagotable capacidad creativa de Oaxaca para convertir un humilde excedente agrícola en una joya escultórica insólita.



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